jueves, 11 de agosto de 2022

La criatura del bosque (Peter)

 

La niebla era espesa, lo cubría todo e impedía

ver por dónde ir. Los amigos de Haid le habían

dicho que no debía volar aquella noche,

que el cargamento de telas podría esperar unos

días...

Pero él tenía mucha experiencia como aviador

y se sentía seguro de sí mismo.

Sin embargo, esa sensación de seguridad se

desplomó cuando oyó cómo las puntas de

los árboles golpeaban las llantas de la avioneta.

Trató de elevarse, pero el ala derecha se

estrelló contra un árbol.

Perdió el control y cayó. El golpe lo dejó

sumido en la inconsciencia.

Cuando se despertó, estaba tumbado en

una cama.

Haid se incorporó, sintió una punzada en la

cabeza y se llevó las manos a la frente. Entonces

notó que la tenía vendada. Olió el agradable

aroma del café, se incorporó y salió de la

habitación.

Había varios platillos en la mesa del comedor

y una olla de café calentándose sobre el fuego.

La puerta se abrió y entró una mujer rubia

vestida de blanco.

Ella sonrió y le dijo:

—Me alegro de que ya te hayas despertado.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Salima y estás en mi cabaña.

—¿Cómo llegué aquí?

—Encontré tu avioneta a medio kilómetro —dijo

mientras servía el café—. Vi que tenías una

herida en la cabeza y traté de despertarte, pero

fue inútil. Te traje y curé tus heridas.

—Gracias, te debo la vida.

—No me debes nada. Vamos, siéntate a comer.

Haid obedeció. Primero comió una crema de elote

y después un corte de carne, que estaba tierna y

ahumada. Por último, la tarta de

manzana de un dulzor tenue,

que no resultaba empalagoso. Cuando terminaron de

comer salieron al exterior.

La cabaña

se encontraba en medio del bosque, junto

a una huerta y a un corral, donde había varias

gallinas y cerdos. Empezaron a caminar por el

bosque, donde el ambiente transmitía una

sensación de serenidad.

Haid le preguntó a Salima cómo era posible que

viviera allí sola. Ella le respondió que llevaba

toda su vida allí y que no guardaba un

buen recuerdo de sus escasas visitas a

la ciudad.

Al día siguiente Haid le preguntó a Salima

dónde se encontraba su avioneta. Ella

respondió que era inútil buscarla, pues

una explosión del combustible la había

dejado inservible. Pero él insistió, pues no

había perdido la esperanza de recuperar

algunas de sus pertenencias.

Ella le indicó la dirección y le recomendó

que no se demorara ni tomara ningún

desvío, pues el bosque era muy vasto

y corría el riesgo de extraviarse.

Haid llegó a la avioneta, que había quedado

reducida a cenizas, tal como Salima le había

dicho.

Pasó algún tiempo rebuscando entre los

escombros, pero no encontró nada. Cuando

se iba, vio la tapa del combustible intacta

a unos metros de allí. Era extraño que no se

hubiera quemado cuando explotó la avioneta.

Haid intentó volver a la cabaña, pero se

perdió en el bosque. Entonces empezó a

llover y tuvo que refugiarse en una gruta.

El interior de la cueva estaba bastante oscuro,

pero se percibía un desagradable olor a carne

putrefacta. Mientras Haid caminaba uno de

sus pies chocó con algo. Miró al suelo y, como

sus pupilas ya se habían acostumbrado

a la penumbra de la caverna, logró distinguir

varios huesos humanos. Entonces oyó algo que

podía ser la respiración de una criatura colosal.

Haid, asustado, abandonó la gruta y corrió al

azar a través del bosque, hasta que consiguió

llegar a la cabaña. Salima lo estaba esperando

en la puerta. Al verlo le preguntó:

—¿Dónde estabas?

—Me perdí y encontré algo terrible.

—¿Algo terrible?

—Entré a una cueva, donde había varios huesos

humanos y una criatura extraña.

—¿De qué hablas? En este bosque no hay

criaturas extrañas, creo que el golpe que has

recibido en la cabeza te está afectando.

—¡Hazme caso!

—Estás muy nervioso, será mejor que descanses.

Aquella noche Haid no pudo dormir, gracias a lo

cual pudo oír cómo Salima abandonaba la cabaña.

Intrigado por la misteriosa salida de su anfitriona,

él se levantó y la siguió discretamente a través

del bosque. Vio cómo entraba en la cueva y

oyó cómo hablaba con su monstruoso habitante:

—Al parecer, ya te ha descubierto, así que

deberías comértelo esta misma noche.

Haid dio unos pasos atrás, tropezó con una

calavera humana y cayó al suelo. Sabiéndose

descubierto, le preguntó a Salima:

—¿Qué es eso? ¿Y quién demonios eres tú?

—Él es Shayghaba, yo soy su guardiana y tú

serás su alimento.

—¡Tú incendiaste mi avioneta! Por eso la

tapa del combustible estaba separada de

los escombros.

—Así es— Haid salió corriendo de la cueva.

—Es inútil que intentes huir, no tienes

escapatoria —dijo Salima—. ¡Levántate,

Shayghaba, es hora de comer!

La criatura dio un gran rugido y salió de

la cueva. Parecía un colosal lagarto negro,

de cuatro metros de alto y once de largo,

con enormes garras y la cola llena de púas.

Haid corría lo más deprisa que podía, pero

Shayghaba lo seguía derribando los árboles

que se interponían en su camino. Haid

llegó a una zona rocosa y encentró refugio

entre las peñas. La criatura intentó abalanzarse

sobre él, pero las rocas le impedían

alcanzarlo. Salima contemplaba el espectáculo

e inconscientemente se acercó al monstruo más

de lo aconsejable. La cola del monstruo la golpeó

y la atravesó con sus púas. Entonces

ella dio un grito de dolor y cayó muerta. Haid

aprovechó que el último grito de Salima había

distraído al monstruo para salir corriendo.

Shayghaba lo vio y retomó la persecución. Haid

llegó a una cascada y se arrojó al agua sin

pensárselo dos veces. El monstruo también saltó,

pero su gran peso hizo que se golpeara contra el

fondo rocoso y muriera al instante.

Haid, en cambio, consiguió nadar hasta alcanzar

la orilla. Luego siguió corriendo y no se detuvo

hasta salir del bosque.


 Autor. Pedro Zavaleta Flores

Cuento fantástico. Imagen sacada de lasexta.com

Corrección de ortografía y estilo de Sara Lena y Fontenla.

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