jueves, 11 de agosto de 2022

SIEMPRE QUISE TENER UN HERMANO




Sebastián era el único hijo varón de cuatro hermanos, su infancia estuvo cohibida ya que siempre quiso tener un hermano de su mismo sexo.

Él era el tercero de ellos y sus dos hermanas mayores lo ponían a hacer los quehaceres de casa que a ellas les correspondía.

Sebas, como le decían; era un niño que se las ingeniaba para hacer las cosas, lavar la loza, limpiar los muebles y lavar los pisos en un tiempo récord para que así le dieran permiso de salir un rato a jugar con sus amigos.

Cuando los juguetes de sus hermanas se dañaban, él los arreglaba. Pues la situación económica en su hogar no era la mejor, hacía los vestidos de las muñecas con retazos de tela que su madre tenía. 

Cuando nació la última de sus hermanas se dedicó a cuidarla y consentirla como a una princesa, ya que su madre después del parto sufría de muchos dolores de cabeza y permanecía enferma. En sus ratos libres le gustaba escribir cuentos, libretos, vivencias y escritos, también hacer  manualidades para decorar su habitación que permanecía siempre ordenada. Lavaba y planchaba su ropa para estar siempre limpio. 

Jugaba solo en el patio de su casa, ya que no todos los días le  permitían salir y cuando podía se subía al tejado para ver como los demás niños se divertían. 

A los 8 años pidió permiso a sus padres para trabajar como ayudante de pintura con un vecino. Su primer sueldo lo utilizó para darle detalles a la familia, en especial a su hermana menor que era su consentida.

Trabajaba los fines de semana y en las vacaciones escolares,  por lo que no tenía descanso, menos aún para compartir con sus amiguitos. Con el dinero que ganaba compraba sus propias cosas,  fue así como sus padres le permitieron salir más seguido a compartir con sus amigos en las tardes en época de estudio.

Cuando entró a jugar a los trece años en un equipo de fútbol, pudo pagar la inscripción, el uniforme y los guayos con su propio dinero. 

Se sentía orgulloso de poder participar en torneos donde demostró sus habilidades con el balón.

Demostró también a sus hermanas que él era capaz de hacer lo que fuera para poder salir adelante sin el hermano que siempre quiso tener.

Autor:William "el gato Martínez"


La criatura del bosque (Peter)

 

La niebla era espesa, lo cubría todo e impedía

ver por dónde ir. Los amigos de Haid le habían

dicho que no debía volar aquella noche,

que el cargamento de telas podría esperar unos

días...

Pero él tenía mucha experiencia como aviador

y se sentía seguro de sí mismo.

Sin embargo, esa sensación de seguridad se

desplomó cuando oyó cómo las puntas de

los árboles golpeaban las llantas de la avioneta.

Trató de elevarse, pero el ala derecha se

estrelló contra un árbol.

Perdió el control y cayó. El golpe lo dejó

sumido en la inconsciencia.

Cuando se despertó, estaba tumbado en

una cama.

Haid se incorporó, sintió una punzada en la

cabeza y se llevó las manos a la frente. Entonces

notó que la tenía vendada. Olió el agradable

aroma del café, se incorporó y salió de la

habitación.

Había varios platillos en la mesa del comedor

y una olla de café calentándose sobre el fuego.

La puerta se abrió y entró una mujer rubia

vestida de blanco.

Ella sonrió y le dijo:

—Me alegro de que ya te hayas despertado.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Salima y estás en mi cabaña.

—¿Cómo llegué aquí?

—Encontré tu avioneta a medio kilómetro —dijo

mientras servía el café—. Vi que tenías una

herida en la cabeza y traté de despertarte, pero

fue inútil. Te traje y curé tus heridas.

—Gracias, te debo la vida.

—No me debes nada. Vamos, siéntate a comer.

Haid obedeció. Primero comió una crema de elote

y después un corte de carne, que estaba tierna y

ahumada. Por último, la tarta de

manzana de un dulzor tenue,

que no resultaba empalagoso. Cuando terminaron de

comer salieron al exterior.

La cabaña

se encontraba en medio del bosque, junto

a una huerta y a un corral, donde había varias

gallinas y cerdos. Empezaron a caminar por el

bosque, donde el ambiente transmitía una

sensación de serenidad.

Haid le preguntó a Salima cómo era posible que

viviera allí sola. Ella le respondió que llevaba

toda su vida allí y que no guardaba un

buen recuerdo de sus escasas visitas a

la ciudad.

Al día siguiente Haid le preguntó a Salima

dónde se encontraba su avioneta. Ella

respondió que era inútil buscarla, pues

una explosión del combustible la había

dejado inservible. Pero él insistió, pues no

había perdido la esperanza de recuperar

algunas de sus pertenencias.

Ella le indicó la dirección y le recomendó

que no se demorara ni tomara ningún

desvío, pues el bosque era muy vasto

y corría el riesgo de extraviarse.

Haid llegó a la avioneta, que había quedado

reducida a cenizas, tal como Salima le había

dicho.

Pasó algún tiempo rebuscando entre los

escombros, pero no encontró nada. Cuando

se iba, vio la tapa del combustible intacta

a unos metros de allí. Era extraño que no se

hubiera quemado cuando explotó la avioneta.

Haid intentó volver a la cabaña, pero se

perdió en el bosque. Entonces empezó a

llover y tuvo que refugiarse en una gruta.

El interior de la cueva estaba bastante oscuro,

pero se percibía un desagradable olor a carne

putrefacta. Mientras Haid caminaba uno de

sus pies chocó con algo. Miró al suelo y, como

sus pupilas ya se habían acostumbrado

a la penumbra de la caverna, logró distinguir

varios huesos humanos. Entonces oyó algo que

podía ser la respiración de una criatura colosal.

Haid, asustado, abandonó la gruta y corrió al

azar a través del bosque, hasta que consiguió

llegar a la cabaña. Salima lo estaba esperando

en la puerta. Al verlo le preguntó:

—¿Dónde estabas?

—Me perdí y encontré algo terrible.

—¿Algo terrible?

—Entré a una cueva, donde había varios huesos

humanos y una criatura extraña.

—¿De qué hablas? En este bosque no hay

criaturas extrañas, creo que el golpe que has

recibido en la cabeza te está afectando.

—¡Hazme caso!

—Estás muy nervioso, será mejor que descanses.

Aquella noche Haid no pudo dormir, gracias a lo

cual pudo oír cómo Salima abandonaba la cabaña.

Intrigado por la misteriosa salida de su anfitriona,

él se levantó y la siguió discretamente a través

del bosque. Vio cómo entraba en la cueva y

oyó cómo hablaba con su monstruoso habitante:

—Al parecer, ya te ha descubierto, así que

deberías comértelo esta misma noche.

Haid dio unos pasos atrás, tropezó con una

calavera humana y cayó al suelo. Sabiéndose

descubierto, le preguntó a Salima:

—¿Qué es eso? ¿Y quién demonios eres tú?

—Él es Shayghaba, yo soy su guardiana y tú

serás su alimento.

—¡Tú incendiaste mi avioneta! Por eso la

tapa del combustible estaba separada de

los escombros.

—Así es— Haid salió corriendo de la cueva.

—Es inútil que intentes huir, no tienes

escapatoria —dijo Salima—. ¡Levántate,

Shayghaba, es hora de comer!

La criatura dio un gran rugido y salió de

la cueva. Parecía un colosal lagarto negro,

de cuatro metros de alto y once de largo,

con enormes garras y la cola llena de púas.

Haid corría lo más deprisa que podía, pero

Shayghaba lo seguía derribando los árboles

que se interponían en su camino. Haid

llegó a una zona rocosa y encentró refugio

entre las peñas. La criatura intentó abalanzarse

sobre él, pero las rocas le impedían

alcanzarlo. Salima contemplaba el espectáculo

e inconscientemente se acercó al monstruo más

de lo aconsejable. La cola del monstruo la golpeó

y la atravesó con sus púas. Entonces

ella dio un grito de dolor y cayó muerta. Haid

aprovechó que el último grito de Salima había

distraído al monstruo para salir corriendo.

Shayghaba lo vio y retomó la persecución. Haid

llegó a una cascada y se arrojó al agua sin

pensárselo dos veces. El monstruo también saltó,

pero su gran peso hizo que se golpeara contra el

fondo rocoso y muriera al instante.

Haid, en cambio, consiguió nadar hasta alcanzar

la orilla. Luego siguió corriendo y no se detuvo

hasta salir del bosque.


 Autor. Pedro Zavaleta Flores

Cuento fantástico. Imagen sacada de lasexta.com

Corrección de ortografía y estilo de Sara Lena y Fontenla.

martes, 2 de agosto de 2022

Corre conmigo Papá (Lina Hernández)

 Un niño sentado en un sillón

Descripción generada automáticamente con confianza baja


Corro velozmente como una gacela que quiere escapar de su cazador. Si consigo ser la más rápida, podré alcanzar el premio que tanto ansío: la mirada de mi padre. En su sonrisa se refleja el orgullo que siente por su “pequeña muñequita”, apodo cariñoso que me puso cuando nací.

Se levanta de un brinco gritándome alegre: “Corre, Cris, corre”. Eso me llena de satisfacción porque hace mucho tiempo que no muestra ninguna alegría. También es la motivación que necesito para hacer que mis piernas vuelen.

―Ahora iremos al spa, allí están las chicas maravillosas. Te divertirás mucho, muñequita― me dice. Yo me río. ¡Seguro que me provocan cosquillas en la espalda! Siempre lo hacen.

Noto a mi padre de nuevo triste . Quiero que me cuente qué lo entristece. Total, ya soy toda una mujercita de seis años. Quizás sea por mamá, que se fue hace mucho tiempo a visitar a mi abuelita. Aún no ha regresado, eso me ha dicho papá. Otras veces me dice que está jugando. No sé…

Te echo mucho de menos, mamá. Papi me dice que donde yo estoy estás tú. Pero no te veo. ¿Estás jugando al escondite, mami? Te busco por todos los rincones de casa y no te consigo. Creo que papá también te está buscando y se pone muy triste porque no te encuentra. Mamá, dile dónde te escondes. Me da mucha pena oírle llorar. Por mí no te preocupes, yo te localizaré, y sin llorar, porque soy una muñequita valiente, inteligente y perseverante. Eso me dice papá a cada momento. No quiere que lo olvide, aunque no sé muy bien qué significa.

Por eso me gusta tanto correr, mamá. Papá me dice que corra tras mis sueños e ilusiones, que no pare hasta lograrlos. No le entiendo bien, pero creo que quiere que tenga planes. Así que he hecho una lista con todo lo que haremos cuando regreses. Primero iremos los tres a un lugar que veo por la ventanilla del coche, cuando papá me lleva a dar una vuelta. Se trata de una enorme pista de patinaje. Me encanta ver cómo se divierten cuando caen y se levantan enseguida. ¡Es estupendo! Después iremos a la playa y enterraremos a papá en la arena, eso será muy divertido. También…

―Cris, Cris, despierta cariño, ya hemos llegado. Has estado todo el viaje dormida con los ojos semicerrados.

Observo cómo mi padre acondiciona mi silla de ruedas. Me coge en brazos con delicadeza y me sienta en ella. Así es él. ¡Me quiere tanto! Pero ha vuelto su triste sonrisa.

― ¿Te sientes bien, muñequita? ―me dice mientras me acaricia la mejilla.

― ¡Claro papi, yo siempre lo estoy! ―le respondo contenta.

¡Amo tanto a mi padre! No quiero verle llorar más. Creo que mover mi silla tiene que ser para él muy difícil. Me acuerdo de sus palabras y con la finalidad de dejar atrás la pena que parece consumirlo, grito a todo pulmón:

― ¡Corre por tus sueños e ilusiones, nunca te rindas. Siempre estaré a tú lado!

 Entonces tomo ambas ruedas con las manos mientras le grito:

― ¡Corre, papi; corre conmigo!


M. Lina Hernández Fuentes 


Belleza interior (Lina Hernández)


Un insecto de color verde

Descripción generada automáticamente

 Érase una vez, un hermoso país de múltiples colores, donde el sol se conjugaba con el cielo de infinitos matices y las copas de los inmensos árboles eran nubes de algodón. Las noches lucían igual de hermosas, pues las luciérnagas utilizaban su energía lumínica al momento de vigilar el espacio aéreo.

Una de esas tantas noches hubo una gran boda de un saltamontes con una mariquita; tanto disfrutaron que quedaron cansados. Fue por ello qué, en un espacio no vigilado una madre monarca perdida que llevaba sus huevos, decidió descender. Estaba agotada, pues jamás viajan a esas horas. Pero la urgencia lo ameritaba y debía descansar. Ignorando su rumbo se posó suavemente en una hoja cuyo olor le pareció familiar.

—¡Flores de Asclepias! —exclamó.

Suspiró y cerró los ojos por tan solo un instante.

A sabiendas de que era la planta correcta, se desprendió de su valiosa carga. Uno de los huevos se resbaló y se colocó en la parte posterior, cobijándose con una hoja que lo arropó como una manta.

El resto quedaron encima de la misma, la madre con tristeza reconoció ya no tener fuerza, se acercaba su final y quería dejarlos en un lugar seguro. Así que emprendió de nuevo el vuelo enjugando sus lágrimas, pero cumpliendo su ciclo de vida.

Los huevos se dispersaron, sin darse cuenta dejaron allí solo, al que descansaba. En poco tiempo todos se convirtieron en pequeñas larvas. Pero en particular, aquella que se había separado del grupo mostró desde el principio su independencia.

Ansiosa por salir al mundo, comenzó desde adentro a comerse la cáscara; cuanto más comía, más crecía. Comía y crecía. Crecía y comía. Apenas asomó su pequeña cabecita, se vio rodeada de muchos insectos y hadas. Querían saber de todo y de todos. ¿Cómo habían llegado?, pues no eran alados como ellos.

Sus hermanos eran huraños y decidieron esconderse. Ella era coqueta y curiosa, contestaba lo que podía. Sin embargo, la entristecía el hecho de que no lograba entender por qué se sentía hermosa, si al parecer no lo era.

Escuchaba los comentarios cuando creían que no los oían.

—Pero, ¡qué fea es! ¡Hasta babosa se ve! —decía el abejorro.

—Calla, que aún es muy pequeñita —decía la avispa discreta.

Ella comenzó a comer más deprisa. Tanto, que su piel vieja cayó. Sintió el impulso de comerla también y así lo hizo, y notó que una vez más volvía a crecer.

Un día se acercó hasta ella una abejita a la que le pareció preciosa por sus colores tan llamativos que resaltaban, en amarillo y negro. 

—¡Qué linda eres! —dijo sin poderse resistir.

—En cambio, yo en vez de volar como ustedes; solo me arrastro.

—¡No te sientas así! —dijo la abeja.

Todos tenemos bellezas diferentes, en unos se ven y otros no.  Pero te aseguro que la belleza más grande está dentro de nosotros. Y para verla tienen que conocernos mejor.

—¿Cómo te llamas? —preguntó admirada.

Ante ella hubo otro cambio en su nueva amiga; se trasformó de larva a oruga.

—¿No tienes un nombre? —preguntó poniendo cara de preocupada—. ¡Te pondré uno! ¡Ya sé! ¡Te llamarás Valentina! Porque eres muy valiente, viviendo sola en esta planta de flores de asclepias.

—¡Vale! —dijo asistiendo— pero dime Tina, que es más cortito.

—¡Muy bien! —contestó la abeja feliz y añadió— ¡Yo me llamo Isabel! Y todos mis amiguitos me dicen con cariño; Bel.

Ambas se hicieron amigas y entonces Bel, prometió a Tina estar con ella hasta el final de su metamorfosis. Hizo esta observación debido a los cambios en Tina: había visto caer su piel y comerla una y otra vez, hecho por demás que le fascinó.

No había un día que no le notara algo diferente, devoraba con saciedad las hojas y esto la hacía ir en aumento cada día. Le hacía vivir a Bel, momentos realmente emocionantes.

Muchas veces, también estaba rodeada por las hadas que eran muy juguetonas, y como era el único ser no alado del país de los colores, venían a verla por simple curiosidad.  Esto la perturbaba, pues en medio de todos; se creía anormal.

De sus hermanos nada sabía, muchas veces despertaba angustiada y se  preguntaba:

—¿Y si fallecieron? ¿O los devoraron?

O quizás, todos estarían en sus plantas. Allí por ahora estaba su hogar, se alimentaba y nada más necesitaba.

Un buen día, llegó Bel y la vio afanada arrastrándose por todas las flores de asclepias; escudriñando un lado y buscando en el otro.

—¿Qué haces? —preguntó Bel.

—Juro que tengo unos inmensos deseos de tejer y solo busco el sitio idóneo para hacerlo —respondió Tina.

—¿Tejer, el qué?

—¡Aún no lo se! —respondió—. Pero lo sabré tan pronto lo consiga.

—Lo único que te pido amiga querida, es que  cumplas tu promesa de acompañarme en este proceso tan importante para mi existencia.

Días después regresó la pequeña abeja sintiéndose triste, pues Tina no estaba en ningún lado.  La buscó por varias partes de la planta sin éxito. Cuando ya perdía la esperanza, se fijó en un rinconcito de ésta; había una diminuta crisálida. Cumpliendo su promesa, Bel y todos los demás insectos, incluidas las hadas; cuidaban día y noche de su pequeña solitaria amiga Tina.

Pasaron uno, dos, tres, y hasta casi 15 días. Algunos decían:

—¡Bel! Yo creo que bien podrías rendirte. Son muchos días sin comer.

—¡Claro que no!  —contestó la abeja—. Por eso ella comía tanto y tanto, sabía que debía almacenar —decía rompiendo en llanto.

Pasado el tiempo necesario, un líquido rojizo comenzó poco a poco a desprenderse del capullo, a la vez que este empezó a resquebrajarse ante la mirada atónita de los presentes.

Fue un momento mágico y alucinante, las hadas reían y también lloraban. Los colores del país se avivaron, pues nuevos matices se abrían ante sus ojos.

Tina, aún con sus ojos cerrados lograba oír expresiones de admiración, solo sabía que se había sumergido en un largo y profundo sueño. Ahora abriendo sus negritos ojos redondos, miró a los lados y exclamó:

—¡Qué felicidad!

Tenía alas. Se había transformado en una espectacular Mariposa Monarca.

—Lo sabía, ¡soy hermosa! —gritó emocionada.

—¡Amiga, qué bella eres! —escuchó una tímida voz detrás de ella.

—¡Mi querida Bel, que fiel eres! Gracias por enseñarme lo maravilloso de una amistad, sin importar la belleza exterior —dijo abrazándola con mucho cariño.

Así sellaron una bonita amistad y siguieron jugando, revoloteando en el aire; donde también se encontraban sus hermanos.


Autora: M. Lina Hernández Fuentes


SIEMPRE QUISE TENER UN HERMANO

Sebastián era el único hijo varón de cuatro hermanos, su infancia estuvo cohibida ya que siempre quiso tener un hermano de su mismo sexo. Él...